En los recuerdos los pasos se alivianan mientras las tablas crujen.


Dentro de los contextos urbanos que requieren de escritos fragmentos humanos visuales ganchos de enigmas misterios ajados en rincones, laberintos de profusas confusiones, seres protectores que nos guían de nuestras desviadas columnas vertebrales ascendiendo hacia la luz, riendo por no llorar con mi mano en el rostro sobre una silla tambaleante, recuerdo, me dirijo sin dirección a saludar a mi mamá….

…donde estas madre que tan solo he quedado con infinitas posibilidades, pensando en sacrificios de prójimos rodeados de recuerdos en sus miradas, una particular historia y concepción, mientras yo en mi madre, veo una frágil protección. El recorrido como cualquiera, particularmente lleno de sorpresas el olor en las noche de regreso, a jazmín, ¿quién acaso ha de llamarse así? , será que en mi niñez adquirí un sexto sentido tras salir al patio de la finca por segundos convertidos en horas con gran privilegio de mis recuerdos conservo este aroma. Las pelas me las aguanto, ahora solo tengo 7 años aunque por cierto se esquivar hábilmente a una madre que lentamente indignada con ira desenfrenada a causa de arrojar la comida a la raíz del palo de guayabas; acompañada de aquel que la inocencia me hacía llamar padre, confabulados acorralando a una víctima que hábilmente ha de saber subirse a palos de mango o al también alimentado palo de guayaba con mágicos columpios, infinitos, que hasta dos y tres vueltas de un solo impulso, me mojan los ojos y nos describen el privilegio de volar,, de encontrar la libertad en un juego que por estadísticas ya incontables muertos ha sabido tomar. Pero que con solo dos o tres cicatrices para la historia me han sabido dejar

Somos niños yo, él, el que no quiere, el que no entiende, ¿y tu dónde estabas en aquellos días?, para mí la casa se quemo, ¿Qué quemo? ¡Todo!, menos los recuerdos, menos mal no estaba adentro la curiosidad me quemo los dedos, en unas chanclas carioca camine sobre las cenizas, cuantas veces más hablare sobre ese día. Yo, los chismosos, mi familia, no contemos los bomberos ya que pronto llegarían. Inculpamos a mi hermano.

SACRIFICIOS NINGUNO, el gato enfermo se tenía que morir. A lo mejor la precaria y placentera finca de madera en un antes donde estaba y en un después que ya no, supo en las cenizas humeantes decirle a un ingrato gato adiós. Las caletas que contenían “invaluables tesoros” sin valor alguno supieron arrancar infinidad de lágrimas. En lugares donde uno mira todo, percibe alores y hasta degusta el sabor del campo, el olor de la tierra, del café que se está pelando, a otro muy distinto que se está secando, el olor del chocolate caliente a las 4 de la mañana.

RECETA PARA PREPARAR CHOCOLATE CASERO.

Mamá nos mandaba a coger el cacao, nosotros ya sabíamos de cual, bien maduro para secar, pero mi hermano y yo preferíamos el pintón por el gusto particular de sus manchosas pepas, aun desobedeciendo las advertencias de dientes negros, pero más allá, casi como conjuros de brujerías tras haber consumido el fruto prohibido por la máxima autoridad, no se sufría el destierre, ni el castigo de la mortalidad, que condiciona y acongoja nuestra existencia y nos hace mediáticos y fragmentados. No, hay que ser grandes para creer en eso; más bien en la barriga crecían las matas de cacao que se propagaban físicamente en una metamorfosis mítica. Como para no dormir.

Asumiendo el riesgo por todo el camino las pepas se revestían, lo que si nunca me atreví fue a abrir el televisor de primera generación para sacar infinidad de sorpresas de esta tan entretenida caja de pandora.

Al llevar el cacao a casa sacábamos las pepas para ponerlo a secar; mamá al darse cuenta que habíamos chupado las pepas nos hacia caras y nos recordaba lo que nos esperaba. A fin de cuentas poníamos las pepas a secar en la celda y nos íbamos a jugar. Luego de algunos días de buen sol el cacao estaba listo para tostarse, así que nosotros lo bajábamos y mi abuela lo ponía en el fogón y procedía a revolverlo en seco, el cacao se ponía negro y luego mi abuela le sacaba una pequeña corteza quedando solamente una pepita brillante y con textura resquebrajada con un olor muy natural y delicioso. Seguido a esto el cacao se molía quedando una masa de pigmentación café quemado. De ahí se forraba en plástico lejos de lo que se obtiene en cualquier supermercado de cadena. Lo más delicioso de este cacao era tomarlo caliente en tardes muy frías sentados en el corredor viendo la niebla pasar.

INGREDIENTES:

  • Un buen chocolate casero se prepara:
  • En una finca en un clima tropical más propiamente en el departamento de Risaralda siendo aun más exactos vía a Altagracia.
  • Una abuela con más de cien años de edad, madrugadora y sapiente del campo.
  • Un cacao propio de tierras orgánicas.
  • Preparado en un fogón de leña.
  • Tipo de leña la que halla.

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